miércoles, 12 de octubre de 2016

Soviets y Asambleas Populares de Rojava, un debate con la izquierda abstencionista

Por Nico Kobane

Los Soviets eran, según su definición etimológica, consejos o juntas nacidas en 1905 durante la primera revolución rusa, no por iniciativa de ningún partido u organización política, sino como un producto “espontaneo” que respondía a las necesidades del movimiento de masas durante el ascenso revolucionario.

Los primeros de estos consejos o juntas surgieron a partir de los comités de huelga creados por los obreros ferroviarios. En otros lugares, como en Ekaterinos-lav, Rostov, Novorosisk, Kransnoyarsk, Kiev, Libau, Reval nacieron a partir de los comités de fábrica o talleres.

En San Petersburgo su origen fue similar, ya que su función inicial no fue otra que la de dirigir las huelgas a través de una especie de gran asamblea o coordinadora obrera, que funcionaba bajo un sistema de representantes de fábrica votados por las bases, que también podían revocarlos.

Sin embargo, el primer soviet surgió con la huelga textil en Ivánovo-Vosnesensk, transformándose rápidamente en el organismo central de organización, que luego de la extensión y radicalización de la huelga convocó a más de 30.000 obreros para elegir un Consejo o Soviet de 110 delegados, designados para negociar con los patronos y las autoridades.

Esta organización se transformó en un poderoso órgano de discusión política y autodefensa, cumpliendo tareas de distinto carácter, a tal punto que nada podía imprimirse sin su autorización, limitando lo que publicaban los enemigos de la huelga e incautando los locales públicos para garantizar la realización de las asambleas o mítines, sin pedirle permiso a ninguna autoridad.  

Desde estos organismos obreros de “doble poder”, se mantenía la seguridad del pueblo, organizando la protección de las fábricas y bienes de la ciudad, impidiendo que se produjeran robos o saqueos; esta dualidad tomó cuerpo y forma porque no se discutían solamente aspectos sindicales sino cuestiones que hacían al manejo y funcionamiento de las instituciones capitalistas.

Sobre estos temas, además de debatirse de manera absolutamente democrática, se tomaba todo tipo de resoluciones, que en los hechos cuestionaban el manejo del estado por parte de sus funcionarios y, lo que era aún más importante, el patrimonio del uso de las armas por parte del ejército y la policía burguesa.

El soviet de Ivánovo-Vosnesensk se planteaba un conjunto de demandas democráticas que golpeaban en el centro de la dictadura zarista, como  la exigencia de libertad de palabra, de reunión y de asociación o de que se convoque a una Asamblea Constituyente para que el pueblo decidiera el futuro del país.

Gracias a este tipo de organización tan avanzada, la combatividad y politización de la huelga, la patronal se vio obligada a ceder gran parte de las demandas obreras, razón por la cual se levantó la huelga el día 25 de julio de 1905.

San Petersburgo cuna de los diputados obreros.

Luego de este proceso, en San Petersburgo, que era la capital del país y la mayor concentración del movimiento revolucionario -con el proletariado más activo que trasladaba su experiencia al resto del país- se organizaba el soviet local, declarando que “No se puede permitir que las huelgas surjan y se extingan de un modo esporádico. Por esto hemos decidido concentrar la dirección del movimiento en manos de un Comité Obrero Común.”

“Proponemos a cada fábrica, a cada taller y a cada profesión que elija diputados a razón de uno por cada quinientos obreros. Los diputados de cada fábrica o taller constituyen el Comité de Fábrica o de taller. La reunión de los diputados de todas las fábricas y talleres constituyen el Comité general de Petersburgo”

Trotsky, quien actuó como el presidente de este órgano, decía que había aparecido como una “respuesta a la necesidad objetiva, engendrada por el curso de los acontecimientos, de una organización que fuera una autoridad, sin tradiciones, capaz de agrupar a todas las masa dispersas de la capital, uniendo a las tendencias revolucionarias en el proletariado”.

Lenin, que durante ese momento se encontraba en el exilio, intervino apenas arribó a Rusia en un profundísimo debate acerca del papel de los soviets, polemizando con quienes -ubicando unilateralmente a la construcción del partido como principal tarea- despreciaban la pelea por la dirección de estos órganos proletarios de poder.

“Posiblemente me equivoque -escribía Lenin al respecto-, pero me parece (según mis apreciaciones parciales y sólo en el “papel”) que en el ámbito político, el Soviet de Diputados Obreros debe ser visto como el embrión de un gobierno revolucionario provisional“(2).

La experiencia de 1905 desempeñó un papel educativo de primer orden para la revolución de 1917, porque a pesar de los doce años transcurridos, la idea de los Soviets -que no era otra que aquella que nación en 1871 con la heroica Comuna de París- seguía viva en el corazón de los obreros rusos.

Por esta razón, cuando durante febrero de 1917 los obreros y soldados de Petrogrado se lanzaron a la calle, derrumbando el poder secular de la autocracia, la idea de organizar soviets resurgió con nuevo vigor, creando las condiciones organizativas que después, en octubre, posibilitaron la toma del poder por parte de los bolches detrás de la consigna “¡Todo el poder a los soviets!”

La enorme fuerza que tuvo en stalinismo desde que traicionó la revolución hasta su caída, producida por el gran ascenso de las masas de Rusia y los países del este europeo, aplastó la democracia directa de los soviets en la ex URSS y de la mayoría de las organizaciones obreras de todo el mundo, que pasaron a ser dirigidas por los “infalibles” dirigentes comunistas.

En esos largos y tortuosos 70 años se produjeron varias revoluciones objetivas en las que aparecieron embriones de estos órganos democráticos de poder obrero y popular, como los consejos húngaros en el gran levantamiento de 1956. Pero, en todos casos, estos eran aplastados o cooptados por los stalinistas.

La debacle final de los Partidos Comunistas y sus satélites mundiales, debilitó de tal grado a los burócratas aliados de las grandes patronales y gobiernos capitalistas, que dio lugar a una nueva etapa de la lucha de clases dentro de la cual volvieron a crecer, producto de las necesidades objetivas, este tipo de organismos.

Así sucedió y continúa sucediendo en México, donde en muchas localidades del país “profundo” las masas echaron a patadas a los funcionarios y policías del estado capitalista, reemplazándolos por asambleas, milicias y jurados populares que se han hecho cargo del poder, una dinámica que tiende a desarrollarse en otros lugares del mundo, como Medio Oriente.

Así fue que, durante los primeros meses de la Primavera Árabe, particularmente en Siria, las masas en lucha contra la dictadura de Al Assad puso en pie “Comités Locales” que se hacían cargo de todo lo que antes le correspondía al estado baazista, tanto en lo que hace a la distribución de mercaderías esenciales, como las tareas de autodefensa.

Este proceso, que retrocedió, debido a la brutalidad del régimen, los bombardeos de la fuerza aérea rusa y las milicias contrarrevolucionarias “islamitas”, como Hezbollah, Al Qaeda o ISIS, reapareció con mucha fuerza y riqueza en el norte de Siria, una región que los kurdos que la habitan denominan “Rojava”.

Allí, en una dinámica que tiende a extenderse hacia adentro de Iraq, Irán y Turquía, los trabajadores y el pueblo kurdo, con sus mujeres a la cabeza, organizaron un gobierno propio apoyado en las asambleas populares y las milicias de autodefensa, las YPG e YPJ.  

Las asambleas populares del sistema de cantones de Rojava decidieron, mediante una constitución y edictos específicos, considerar a los edificios, grandes medios de producción, tierras y demás recursos naturales como elementos de “bien público”. La constitución garantiza, además, la separación de la religión del estado, el respeto por todas las etnias y la igualdad de las mujeres frente a los hombres.  

La mayoría de la izquierda, igual que los bolches contra quienes debatía Lenin en 1905, no se ha ubicado a la altura de las circunstancias, apoyando firme y decididamente a estos órganos de poder dual o soviets, independientemente de las posiciones de los dirigentes políticos que están a su frente, como quienes adhieren al PYD kurdo.

Los argumentos por los cuales se desprecia semejante experiencia, que es la “punta del iceberg” de un proceso que recorre el mundo y va a dar lugar a fenómenos mucho más avanzados que estos, son diversos, aunque en general coincidentes con las excusas esgrimidas por los enemigos “izquierdistas” del poder soviético de las primeras épocas de la revolución rusa.

Este abstencionismo criminal debe ser combatido por los cuadros y militantes principistas, asumiendo que la defensa de los nuevos soviets o embriones de tales no significa, de ninguna manera, conciliar con sus direcciones reformistas, sino todo lo contrario, ya que no hay manera de disputar la dirección del movimiento de masas sin participar activamente dentro de los organismos que estas construyen debido a sus propias necesidades, que no son las de los aparatos supuestamente revolucionarios.

La izquierda que se niega a apoyar a la Revolución de Rojava, organizando comités de solidaridad, movilizándose y enviando brigadas internacionalistas de apoyo,  contradice las principales lecciones que sacaron Lenin y Trotsky inmediatamente después de que surgiera los primeros elementos soviéticos en su patria.

Suscribimos, en ese sentido, las palabras de Andrés Nin en “Los Soviets, su origen, desarrollo y funciones” que era “evidente que la revolución proletaria tendrá distintas modalidades en los demás países, pero está fuera de duda -la experiencia rusa lo demuestra de un modo irrefutable- que no podrá prescindir de organizaciones substancialmente iguales a los Soviets”.

Trotsky decía en “El gran sueño”, que “la gran debilidad de muchos “revolucionarios” consiste en su absoluta incapacidad de entusiasmarse, de elevarse sobre el nivel rutinario de las trivialidades, de hacer surgir un vínculo vital entre ellos y los que los rodean. Aquel que no puede incendiarse, no puede incendiar su vida ni la de los demás.”

“La fría malevolencia no es lo bastante para apoderarse del alma de las masas. Muchos revolucionarios contemplaron la revolución con un envidioso espanto. Es que la vida personal de los revolucionarios dificulta su percepción de los grandes acontecimientos de los cuales participan. Pero las tragedias de las pasiones individuales exclusivas son demasiado insípidas para nuestro tiempo. Porque vivimos en una época de pasiones sociales.”

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